¿Qué podemos hacer cuando la rabia se apodera de nosotros y sentimos enormes deseos de lanzar a los demás nuestra cólera?
¿Debemos reprimir, como así nos han enseñado, nuestra ira para luego más tarde cuando los nervios se han calmado hablar de nuestro enojo con quienes lo han provocado?
O lo que es lo mismo, ¿poner la otra mejilla y no enfrentarnos a la violencia con violencia, porque entonces dejaremos de ser racionales?
Posiblemente nuestros maestros estén en lo cierto.
Sin embargo, estoy convencida de que cada vez que reprimimos nuestro enfado sin dejar que éste fluya, se enquista en los recovecos de nuestra alma y a veces, cuando la ira se ha calmado y optamos por no hablarlo dejando que el tiempo se encargue de todo, a veces, muchas veces, aquella rabia consigue revolverse en nuestro estómago, arder en el esófago, anudarse en nuestra garganta y salir por nuestros ojos, consiguiendo que, “lloremos cuando nadie nos ve”.
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